2.9.14

El cementerio de barcos francés



Como decíamos ayer (y ha pasado un mes) estuve de viaje familiar por el norte de Francia. Y tal y como prometí, esta vez sí que me llevé la réflex y el trípode.
Después de un día de turismo “convencional” conseguí convencer al grupo de pasarnos por este sitio. La excusa era buena: barcos abandonados,  se puede aparcar el coche “en la puerta” y entrar paseando tranquilamente. De hecho, el lugar es un pequeño puerto, con la salvedad de que en uno de sus extremos está este “olvidadero” de barcos.
Aquí llegan barcos de diverso tipo y tamaño a hacer reparaciones. Parece ser que aquí se quedan los que no se pueden arreglar directamente y tienen previsto pasar algo de tiempo mientras que se arregla un motor o se consigue alguna pieza rara.

Supongo que más de uno de estos cadáveres navales no pretendían pasar aquí más que un breve periodo de tiempo hasta que las cosas se empezaron a torcer, las piezas a no llegar, la reparación a subir de precio y a aparecer los problemas de estar una larga temporada a la intemperie.


Además, las mareas en la costa norte de Francia son bastante más serias que  las que estamos acostumbrados a ver en el Mediterraneo. En el poco rato que estuvimos allí coincidió con la subida de la marea y la mayor parte de los barcos pasaron de estar en tierra a estar en el agua.

Evidentemente la subida de la marea no fue tan fuerte como para poner los barcos a flote, pero lo que está claro es que pasarse una buena parte del tiempo en remojo no hace ningún bien ni a la madera ni al metal.

Por ejemplo, de este apenas quedaba algo del esqueleto de madera y los restos del motor cubiertos de algas y otros habitantes del mar. Posiblemente este sea el destino de la mayoría de estos navíos.


 

Aquí los barcos no son enormes transatlánticos o cargueros como los que hay en la costa de los esqueletos en Namibia o los  gigantescos desguaces navales de Bangladesh, pero tampoco son precisamente un puñado de chalupas.

Probablemente el más espectacular por tamaño y forma fuera este viejo pesquero de tamaño medio. El casco, como la mayor parte de los barcos que había, era de madera.


 

La cabina, por el contrario, estaba hecha de metal y parecía pensada para resistir la mar más gruesa, con las ventanas protegidas por malla metálica. Es posible que de aquí a unos años sólo quede la cabina y el motor.


 

Este otro barco de madera es posible que fuera parecido al anterior, pero debía haber pasado allí mucho más tiempo. Lo más curioso es que alguien se había dedicado a pintar toda la proa de rosa.


 

El resto del barco tenía bastante peor aspecto y estaba prácticamente desmonoronado. Viejas vigas de madera rotas y restos de los aparejos metálicos. Curiosamente no había motor  a la vista.



 

Este otro era indudablemente un pesquero. Aún conservaba los cabrestantes para recoger las artes de pesca tras la faena. Resultaba curioso ver que la popa se mantenía razonablemente bien mientras que la proa estaba hecha trizas.


 

El barco que se ve al fondo de la foto anterior era probablemente el más grande de todos con diferencia. Tenía una altitud de unos cuatro metros, más o menos. En uno de los laterales había una pieza de hierro que servía a la vez de soporte para mantenerlo erguido y de escala. Esta foto la pude tomar subido a dicha escala. Ni loco se me hubiera ocurrido subir a bordo. La madera no tenía pinta de aguantar mucho peso antes de romperse, y la caída sobre un montón de maderas astilladas y metal retorcido era casi segura.


 

Algo que me había llamado la atención durante el viaje fueron los veleros con las quillas clavadas en el fango durante la marea baja. Cuando llegamos este pequeñín estaba prácticamente en seco.

 
 

En cosa de media hora el agua había subido lo suficiente como para no poder acercarse al el sin mojarse. Lo más impresionante era ver que la parte baja del casco tenía bastantes restos de algas, por lo que casi con seguridad el agua debía de llegar hasta ahí. Como el resto de los barcos estaba asegurado al suelo con soportes. Probablemente sin ellos aún debía mantenerse a flote. Era el que mejor se conservaba, aunque uno no sabe si es porque llevaba menos tiempo allí, o quizás porque la fibra de vidrio aguanta mejor el tiempo que la madera.



 
Solamente había otro barco de fibra de vidrio allí, pero este ni por asomo se parecía al pequeño velero. Este era mucho más grande y estaba mucho más destartalado. Probablemente desguazaron todo lo utilizable y dejaron el resto allí como un cascarón vacío.


 

Dicen que el hierro es más resistente que la madera, pero cuando el combate es contra la humedad y el salitre del mar las cosas se igualan bastante. La principal diferencia entre este y el resto era, aparte del obvio color, que dentro no había trozos de metal dispersos. Da la sensación del que el hierro literalmente se volatiliza con el tiempo.



 
 Curiosamente, el casco no era integramente de metal. Fijaos en esa curiosa banda a media altura de la borda. En las fotos anteriores del lado opuesto la madera pasaba casi desapercibida.


 

Este otro barco estaba bastante más metido hacia tierra que el resto. Probablemente por eso su estado era bastante mejor que el resto, aunque como se aprecia por la humedad de la arena y las algas la marea llegaba hasta el, aunque sin cubrirlo.

 
 

A través de el se puede ver el barco más alejado del agua. Debió costar bastante llevarlo hasta tan arriba, aunque gracias a esto su estado era mucho mejor que el del resto.


 

Pero personalmente mi favorito era uno de los más destrozados. Apenas quedaba de su casco unas cuantas maderas arqueadas que recordaban al esqueleto de una ballena. Sin embargo, su viejo corazón diesel aún resistía a los elementos. Incluso conservaba alguna de sus correas.


 

Aunque también el viejo motor acusaba el paso del tiempo. ¿Cuánto tiempo habrá hecho falta para que los elementos agrieten por si mismos el metal de su culata?


¿Cuántas mareas habrán pasado por el viejo eje que hizo girar la hélice para surcar los mares?


Hoy la vieja hélice poblada de algas de todo tipo va desintegrándose poco a poco. Pasarán aún años hasta que el mar acabe convirtiéndola en polvo oxidado con su incansable ir y venir.


Este tipo de marinas no son las que los pintores prefieren retratar. Y sin embargo, los lánguidos veleros que aparecen en los cuadros probablemente acaben convertidos en algo parecido a esto. Y sin embargo incluso la decadencia consigue sin proponérselo dibujar estas increíbles texturas.



 

Ya sea madera o metal, el tiempo y la química consiguen unos colores y diseños que serían difíciles de hacer surgir de la paleta del pintor más hábil.



Puede que no sea el abandono más espectacular del mundo, pero desde luego fue uno de los más originales. Si me pillara más cerca me pasaría horas y más horas allí haciendo fotos. No llegué a estar ni una hora allí. Puede que ese sea uno de los motivos por lo que lo recuerdo con tanta intensidad. La mitad de la cabeza intentando verlo todo y la otra mitad buscando ángulos y encuadres. Quizá por eso acabé con los pies llenos de barro y a punto de caerme al agua un par de veces. Hay que dejar algo de cabeza libre para fijarse en donde pisas.

Si queréis ver otros cacharros abandonados podéis echar un ojo al viejo Antonov  que estaba en Murcia y que según creo ahora tienen de adorno en una discoteca, o este otro cementerio, aunque esta vez de autobuses en Bélgica. O ver el resto de abandonos franceses en los que hemos estado en anteriores visitas al país galo.