El cementerio de barcos francés
Como decíamos ayer (y ha pasado un mes) estuve de viaje familiar por el norte de Francia. Y tal y como prometí, esta vez sí que me llevé la
réflex y el trípode.
Después de un día de turismo “convencional” conseguí
convencer al grupo de pasarnos por este sitio. La excusa era buena: barcos
abandonados, se puede aparcar el coche
“en la puerta” y entrar paseando tranquilamente. De hecho, el lugar es un
pequeño puerto, con la salvedad de que en uno de sus extremos está este
“olvidadero” de barcos.
Aquí llegan barcos de diverso tipo y tamaño a hacer
reparaciones. Parece ser que aquí se quedan los que no se pueden arreglar
directamente y tienen previsto pasar algo de tiempo mientras que se arregla un
motor o se consigue alguna pieza rara.
Supongo que más de uno de estos cadáveres navales no
pretendían pasar aquí más que un breve periodo de tiempo hasta que las cosas se
empezaron a torcer, las piezas a no llegar, la reparación a subir de precio y a
aparecer los problemas de estar una larga temporada a la intemperie.
Además, las mareas en la costa norte de Francia son bastante
más serias que las que estamos
acostumbrados a ver en el Mediterraneo. En el poco rato que estuvimos allí
coincidió con la subida de la marea y la mayor parte de los barcos pasaron de
estar en tierra a estar en el agua.
Evidentemente la subida de la marea no fue tan fuerte como
para poner los barcos a flote, pero lo que está claro es que pasarse una buena
parte del tiempo en remojo no hace ningún bien ni a la madera ni al metal.
Por ejemplo, de este apenas quedaba algo del esqueleto de
madera y los restos del motor cubiertos de algas y otros habitantes del mar. Posiblemente este sea el destino de la mayoría
de estos navíos.
Aquí los barcos no son enormes transatlánticos o cargueros
como los que hay en la costa de los esqueletos en Namibia o los gigantescos desguaces navales de Bangladesh,
pero tampoco son precisamente un puñado de chalupas.
Probablemente el más espectacular por tamaño y forma fuera
este viejo pesquero de tamaño medio. El casco, como la mayor parte de los
barcos que había, era de madera.
La cabina, por el contrario, estaba hecha de metal y parecía
pensada para resistir la mar más gruesa, con las ventanas protegidas por malla
metálica. Es posible que de aquí a unos años sólo quede la cabina y el motor.
Este otro barco de madera es posible que fuera parecido al
anterior, pero debía haber pasado allí mucho más tiempo. Lo más curioso es que
alguien se había dedicado a pintar toda la proa de rosa.
El resto del barco tenía bastante peor aspecto y estaba
prácticamente desmonoronado. Viejas vigas de madera rotas y restos de los
aparejos metálicos. Curiosamente no había motor
a la vista.
Este otro era indudablemente un pesquero. Aún conservaba los
cabrestantes para recoger las artes de pesca tras la faena. Resultaba curioso
ver que la popa se mantenía razonablemente bien mientras que la proa estaba
hecha trizas.
El barco que se ve al fondo de la foto anterior era
probablemente el más grande de todos con diferencia. Tenía una altitud de unos
cuatro metros, más o menos. En uno de los laterales había una pieza de hierro
que servía a la vez de soporte para mantenerlo erguido y de escala. Esta foto
la pude tomar subido a dicha escala. Ni loco se me hubiera ocurrido subir a
bordo. La madera no tenía pinta de aguantar mucho peso antes de romperse, y la caída
sobre un montón de maderas astilladas y metal retorcido era casi segura.
Algo que me había llamado la atención durante el viaje
fueron los veleros con las quillas clavadas en el fango durante la marea baja.
Cuando llegamos este pequeñín estaba prácticamente en seco.
En cosa de media hora el agua había subido lo suficiente
como para no poder acercarse al el sin mojarse. Lo más impresionante era ver
que la parte baja del casco tenía bastantes restos de algas, por lo que casi
con seguridad el agua debía de llegar hasta ahí. Como el resto de los barcos
estaba asegurado al suelo con soportes. Probablemente sin ellos aún debía
mantenerse a flote. Era el que mejor se conservaba, aunque uno no sabe si es
porque llevaba menos tiempo allí, o quizás porque la fibra de vidrio aguanta
mejor el tiempo que la madera.
Solamente había otro barco de fibra de vidrio allí, pero
este ni por asomo se parecía al pequeño velero. Este era mucho más grande y
estaba mucho más destartalado. Probablemente desguazaron todo lo utilizable y dejaron
el resto allí como un cascarón vacío.
Dicen que el hierro es más resistente que la madera, pero
cuando el combate es contra la humedad y el salitre del mar las cosas se
igualan bastante. La principal diferencia entre este y el resto era, aparte del
obvio color, que dentro no había trozos de metal dispersos. Da la sensación del
que el hierro literalmente se volatiliza con el tiempo.
Curiosamente, el casco no era integramente de metal. Fijaos
en esa curiosa banda a media altura de la borda. En las fotos anteriores del
lado opuesto la madera pasaba casi desapercibida.
Este otro barco estaba bastante más metido hacia tierra que
el resto. Probablemente por eso su estado era bastante mejor que el resto,
aunque como se aprecia por la humedad de la arena y las algas la marea llegaba
hasta el, aunque sin cubrirlo.
A través de el se puede ver el barco más alejado del agua.
Debió costar bastante llevarlo hasta tan arriba, aunque gracias a esto su
estado era mucho mejor que el del resto.
Pero personalmente mi favorito era uno de los más
destrozados. Apenas quedaba de su casco unas cuantas maderas arqueadas que
recordaban al esqueleto de una ballena. Sin embargo, su viejo corazón diesel
aún resistía a los elementos. Incluso conservaba alguna de sus correas.
Aunque también el viejo motor acusaba el paso del tiempo. ¿Cuánto
tiempo habrá hecho falta para que los elementos agrieten por si mismos el metal
de su culata?
¿Cuántas mareas habrán pasado por el viejo eje que hizo
girar la hélice para surcar los mares?
Hoy la vieja hélice poblada de algas de todo tipo va desintegrándose
poco a poco. Pasarán aún años hasta que el mar acabe convirtiéndola en polvo
oxidado con su incansable ir y venir.
Este tipo de marinas no son las que los pintores prefieren
retratar. Y sin embargo, los lánguidos veleros que aparecen en los cuadros
probablemente acaben convertidos en algo parecido a esto. Y sin embargo incluso
la decadencia consigue sin proponérselo dibujar estas increíbles texturas.
Ya sea madera o metal, el tiempo y la química consiguen unos
colores y diseños que serían difíciles de hacer surgir de la paleta del pintor
más hábil.
Puede que no sea el abandono más espectacular del mundo,
pero desde luego fue uno de los más originales. Si me pillara más cerca me
pasaría horas y más horas allí haciendo fotos. No llegué a estar ni una hora
allí. Puede que ese sea uno de los motivos por lo que lo recuerdo con tanta
intensidad. La mitad de la cabeza intentando verlo todo y la otra mitad
buscando ángulos y encuadres. Quizá por eso acabé con los pies llenos de barro
y a punto de caerme al agua un par de veces. Hay que dejar algo de cabeza libre
para fijarse en donde pisas.
Si queréis ver otros cacharros abandonados podéis echar un
ojo al viejo Antonov
que estaba en Murcia y que según creo ahora tienen de adorno en una discoteca,
o este otro cementerio, aunque esta vez de autobuses en Bélgica. O ver el resto de abandonos franceses
en los que hemos estado en anteriores visitas al país galo.