25.4.12

El pequeño teatro abandonado

Un pueblecito perdido prácticamente en mitad de la nada. Lo que se suele llamar “cuatro casas mal contadas” y poco más. Le faltaba poco para ser un pueblo abandonado aunque por allí aún viven al menos unas cuantas familias. Un edificio de aspecto tosco y sin el menor interés aparente, al menos por fuera.

Y sin embargo, por dentro nos encontramos con este pequeño tesoro.



Pequeño, porque todo lo que queda es el patio de butacas. Tesoro por que el sitio es de esos don de no hay una sola pintada a la vista y los destrozos sólo los ha producido el inexorable paso del tiempo.



La zona del escenario estaba tapiada y por fuera era sólo un descampado. Las pequeñas puertas que antes comunicaban con la zona de bambalinas hoy llevan directamente a la calle.



Dentro, las únicas pintadas fueron las que adornan las paredes desde los tiempos en que aún resonaban los aplausos en las paredes. Imágenes del pequeño pueblo que antaño debió ser un lugar próspero, con fábricas, jardines e incluso una estación de tren.



También estaban pintados retratos de los grandes dramaturgos españoles, con el gran Cervantes en lugar preeminente sobre la entrada principal.



Esta pequeña puerta daba a la única habitación que se conservaba en el lugar: la taquilla. Por desgracia estaba cerrada a cal y canto por lo que no pudimos hacer fotos.




En la parte superior aún se conservan las barandillas y estructuras de madera de los palcos. A pesar de que el suelo crují a un poco el aspecto era bastante estable.



La construcción es de finales principios del siglo pasado, y tiene aspecto de haberse mantenido todo este tiempo con las estructuras originales. Parece ser que se cerró a mitad del siglo pasado y desde entonces ha estado durmiendo su polvoriento sueño.



Sin entrar en detalles, para conservar en lo posible la localización, resulta bastante sorprendente que hubiera un teatro tan ornamentado y lleno de delicados detalles en un pequeño pueblecito. La historia habla de nobles, riqueza, fiestas, líos de faldas y decadencia.



Nos quedamos con lo último, que es lo que hoy se refleja en las fotos. En la sombra sólo se escucha el ruido de las cigarras, el paso ocasional de algún coche por la cercana carretera y el clic incesante de nuestras cámaras.



Fotografiamos prácticamente cada rincón, desde todos los lugares donde se podía mantener el trípode. Recordad que estamos hablando solamente de una habitación, bastante más pequeña que muchos salones de bodas, y sin embargo no hacemos más que buscar donde poner el trípode y hacer fotos que se parecen entre si, en busca del ángulo perfecto y el detalle que no es obvio.



Quien sabe cuánto durará este lugar en pie. Cuánto tiempo permanecerán sus puertas de madera sujetas a sus marcos. Cuánto tardarán los gamberros en dar con el lugar. Cuánto aguantará el viejo tejado antes de venirse abajo.



Resulta bastante improbable que alguien se haga cargo del lugar y lo devuelva a su antiguo esplendor. O tan siquiera que se refuercen la ya endeble techumbre. Al final, como todo, acabará desapareciendo, quizá incluso antes que nosotros.



Al final, lo único que quedará serán las imágenes que servirán para avivar la imaginación, ya que el recuerdo se habrá perdido hace tiempo. Y mientras Internet exista (y google quiera) seguirá estando esto aquí. Algo es algo.

10.4.12

La fábrica de yogures arrasada

Después de pelearnos un buen rato con el GPS acabamos en la puerta de esta fábrica de yogures. Ya nos habían comentado que el sitio estaba bastante reventado, pero como nos pillaba más o menos de camino decidimos pasarnos a echar un ojo y algunas fotos.

La primera impresión fue bastante desoladora. Vallas tiradas y pintadas por doquier, e incluso algún indicio de incendio. Pero bueno, el sitio parecía grande y algo se podría sacar. Así que aparcamos el coche y tras sobreponernos al golpe de calor al salir del coche nos fuimos a echar un vistazo.



Por dentro estaba más o menos igual. Costaba encontrar alguna pared sin las dichosas firmitas y había porquería y deshechos por todas partes. La fábrica, además, parecía haber sido desguazada a conciencia, no sé si por los dueños antes de cerrarla o por los chatarreros posteriormente. En las grandes salas de fabricación no quedaba absolutamente nada reconocible, salvo los soportes de obra que antes sostenían las máquinas más pesadas.



Visto que la zona de producción no daba mucho juego nos dirigimos a las zonas aledañas. Tampoco es que estuvieran mucho mejor, pero al menos había algunos detalles interesantes desperdigados aquí y allá. ¿Veis este montón de piececitas negras? Son las plantillas que se usan para marcar la fecha de caducidad en los yogures y la encontramos en una pequeña sala aledaña a las de producción.



Cerca estaba lo que quedaba de la sala del médico de la fábrica. En la puerta se lee: “Servicio médico de empresa”. De no ser por la puerta no habríamos podido reconocer el lugar, que había sido prácticamente arrasado. Se supone que el sitio desde donde se tomó la foto era una especie de sala de espera, y la que se ve tras la ventana, que era de cristal esmerilado, sería la sala de curas y exámenes.



Un poco más lejos encontramos los laboratorios. Sorprendentemente aún quedaban cosas allí y fue el lugar donde más tiempo acabamos pasando haciendo fotos. Personalmente me encantan estas botellas marrones de vidrio que suelen contener los productos químicos.



También encontramos estas piececitas de plástico que creo que se usan para contener muestras. El poyete es el mismo que se ve al fondo de la foto anterior.



En una pequeña habitación contigua había un pequeño anexo donde se debían hacer las operaciones que requerían ausencia de luz ya que quedaban restos de cristales tintados en las ventanas, además de montones de botecitos con etiquetas de nombre exóticos.



Nos dirigimos a la zona de oficinas. El pasillo que se ve al fondo es por donde llegamos, y el mostrador parece que era la recepción de la zona de oficinas. Aún quedaban algunos papeles y trastos, como un viejo teclado de ordenador y poco más.



A la recepción, que se encontraba en la segunda planta, se accedía desde la puerta principal por medio de estas escaleras.



En la planta de abajo poco quedaba. Aquí las señales de incendio eran aún más evidentes. Esta habitación estaba totalmente negra por el humo, hasta el punto de que aunque las ventanas rotas dejaban entrar la luz del exterior la impresión al asomarse por la puerta era de oscuridad casi total.



La verdad es que el sitio estaba bastante hecho polvo en general, lo que sumado al asfixiante calor de aquel día hizo que saliéramos de allí relativamente pronto y sin hacer demasiadas fotos y pensando ya en el siguiente destino que os puedo adelantar que es, como poco, sorprendente a pesar de ser diminuto. Os lo cuento dentro de un par de semanas.

Salu2!