Avión Antonov abandonado
Como comenté en la entrada anterior, esta vez toca uno de esos post que para un aerotrastornado como yo produce una extraña mezcla entre placer y tristeza. Por un lado es un lujo poder meter las narices y el trípode por todas las interioridades del avión que a uno se le antoje, pero por otro da bastante pena ver lo que puede hacer el tiempo (y los gamberros) en un pájaro tan majestuoso como este.
Nos costó relativamente poco dar con la última morada de esta señorita a la que suelen llamar Annushka, cerca de la carretera y en un aeródromo que sigue en uso civil. Por suerte es lo suficientemente pequeño como para poder meter el coche sin demasiado problema, y aunque vimos gente haciendo cosas en alguno de los hangares no nos dijeron nada, por lo que pudimos fotografiar sin más incidencia que una repentina y por suerte breve tormenta de verano.
En concreto este avión de procedencia polaca fue comprado hace bastantes años y voló durante algún tiempo en los cielos españoles. Parece que un aciago día tuvo una avería del motor en pleno vuelo, con la fortuna de que pudo aterrizar sin mayor problema. Lo malo es que la falta de repuestos y sus elevados precios convirtió su dolencia en una enfermedad terminal.
Este Antonov AN2 fue el biplano de un solo motor de mayor tamaño fabricado en la historia. Estuvo en producción desde 1947 hasta 1991. Lo cierto es que desde lejos parece más pequeño de lo que en realidad es, con 12 metros de largo y 18 de envergadura.
El motor de nueve cilindros en disposición radial desarrollaba una potencia de 1000 CV. El ruido que debía hacer en sus buenos tiempos debía ser de lo más imponente.
Gracias al motor y a su configuración era un artefacto ideal para operar en pistas pequeñas y sin preparación. Con poco más de 200 metros de pista de tierra era capaz de levantar el vuelo y volver a posarse.
Las ruedas podían hincharse y deshincharse por medio de un compresor para poder ajustar la presión a fin de adaptarse a cualquier tipo de pista de aterrizaje, desde las de duro hormigón a las bacheadas de tierra.
Las alas tenían un curioso sistema totalmente automático para el vuelo a baja velocidad. Por medio de gomas elásticas los slats se doblaban para mejorar la sustentación. Una vez alcanzada la velocidad suficiente, la propia fuerza del aire los cerraba. Simple, efectivo y de mínimo mantenimiento.
El resto de sistemas también resultaban sorprendentemente rudimentarios. Simples cables de acero servían para mover todos los planos de alas y cola. Comparado con cualquier avión comercial, plagado de electrónica y servomecanismos hidráulicos, este avión resultaba el equivalente volador de un martillo: simple, efectivo y difícil de romper.
El interior tenía capacidad para doce pasajeros. Los asientos tenían más de banquetas que de cualquier otra cosa. Apenas una plancha metálica con una ligera depresión para plantar las posaderas. Antaño había unos cojines para hacer algo más llevadero el vuelo, pero ahora han desaparecido todos.
Los asientos se podían plegar rápidamente y sin problemas en pleno vuelo, de modo que el bodega de carga quedaba libre en caso de usarlo para lanzar paracaidistas o como transporte de carga.
El puesto de mando era realmente pequeñito. Este tipo de aparatos es el que te hace darte cuenta de porqué uno, con metro noventa pasado, no hubiera acabado piloto por mucho que le hubiera gustado.
La cabina se encontraba bastante deteriorada. Aparte de los restos de heces de paloma por doquier, la mayoría de los mandos estaban bastante destrozados. Gran parte de los paneles y relojes han desaparecido. O mejor dicho, “los han desaparecido”.
Aún resultaba curioso ver los letreros e indicadores en caracteres cirílicos, además de que la velocidad se indicaba en km/h en vez de en nudos, como suele ser habitual.
Algunos detalles llamaban especialmente la atención, como los espejos retrovisores situados en el exterior de la cabina como si de un coche cualquiera se tratase.
O, también recordando a los coches, el parasol plegable a la altura de los ojos. O la cortinilla de tela en parte superior.
Despegar con este bicho debía ser divertido. Para empezar, para moverlo por la pista había que asomar la cabeza por la ventanilla lateral, ya que mientras su rueda trasera seguía en el suelo lo único que se podía ver mirando hacia adelante era el cielo. Hasta que no cogía suficiente velocidad y se enderezaba había que ir a ciegas.
Probablemente, dado el estado de deterioro en que se encuentra, esta vieja Annushka no volverá a surcar los cielos. Esperemos que por lo menos acabe teniendo un destino más honorable que el desguace.