22.4.10

Pequeña clínica abandonada

Andábamos de vacaciones “turísticas” por la provincia de Zamora, disfrutando de montes, bosques, lagos y paisajes. Mirando por Internet había localizado lo que podía ser el poblado abandonado de una central eléctrica. Aprovechando que el desvío de la ruta era apenas de un par de kilómetros decidimos pasarnos a ver el sitio.

Resultó que de abandonado nada. Casas habitadas y en buen estado, coches en las puertas e incluso un cartelón enorme anunciando el alquiler de casas rurales. Y la central eléctrica funcionando a pleno rendimiento.

Sin embargo, el edificio principal de la localidad tenía un aspecto de lo más dejado. Puertas cerradas, una cinta alrededor del porche… Por las ventanas se adivinaba lo que debió ser un colmado o un bar. Otra de las puertas tenía sobre ella el conocido símbolo de la cruz roja identificándolo como hospital.



La parte trasera del edificio tenía poco que ver, salvo por un buen montón de cristales rotos… Y una ventana abierta.
Al otro lado, una pequeña clínica. Apenas cuatro habitaciones. Teniendo en cuenta el tamaño del poblado tampoco hacía falta mucho más.

La habitación mayor y más cercana a la puerta era la sala de espera. Sólo se conservaba un viejo banco de madera de aspecto más que incómodo. Desde él se accedía a un pequeño cuarto de baño sin mayor interés, además de al despacho del doctor.



El despacho tampoco es que fuera especialmente espectacular. Un gran escritorio y un par de sillas bastaban para que el médico pudiera atender a sus eventuales pacientes. Lo que suele ser normal en cualquier hospital, aunque en este caso cuesta imaginar a un doctor esperando allí a sus pacientes. De ser así, debía aburrirse bastante.


La consulta del médico daba acceso a dos habitaciones. En la primera de ellas lo más chocante era la enorme camilla de cuero y madera apoyada contra la pared. El único mueble era una pequeña mesa blanca. Ni sillas ni nada más. Puede que fuera algún tipo de almacén.



La otra habitación era la sala de curas. En medio de ella la típica camilla de “túmbese ud ahí”.



Aquí sí que había unos cuantos muebles y un buen surtido de suministros médicos. Por lo que vi, diría que la mayoría de los pacientes que pasaban por allí debían sufrir cortes y otras lesiones menores. Evidentemente el pequeño hospital servía poco más que para alguna que otra cura de urgencia. Todo lo que requiriese más que unos cuantos puntos y un buen chorro de desinfectante acabaría derivado rápidamente a algún hospital cercano.



Al otro lado de edificio estaba el bar, que debía hacer también las veces de colmado o pequeño comercio. Aparte de las bebidas encontramos unas cuantas botellas de colonia, como esta que estaba colocada en la barra.



En el pequeño almacén anexo a la barra había gran cantidad de botellas viejas alojadas en altas estanterías de madera, compartiendo espacio con el polvo y las telarañas.



Probablemente lo que más me llamó la atención fue este viejo sifón, que recordaba a tiempos en los que el agua de seltz o gaseosa servía de acompañamiento a los licores.



En la trastienda había varias cosas bastante fuera de contexto. Supongo que para aprovechar el espacio en desuso la usaron para almacenar algunos componentes de la vecina central eléctrica.



Tras media hora haciendo fotos nos fuimos por donde vinimos, procurando dejar la entrada algo más cerrada de cómo la encontramos.

Para haber sido una visita de fortuna y haber estado tan poquito tiempo el resultado en imágenes valió bastante la pena, a pesar de que ni siquiera llevaba el trípode encima. Lo mejor es el hecho de que, excepto por unos cuantos cristales rotos, prácticamente no había signo alguno de vandalismo por allí. Una pequeña joya varada en el tiempo que ojala siga así durante muchos años.